Universidad Politécnica de Valencia
 

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Biología y Botánica:

Práctica Nº 15: Visita al Jardín Botánico de Valencia     

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La horizontalidad es una de las características más llamativas del Jardín Botánico, como también lo es de la huerta, donde se halla ubicado. Y del mismo modo que la llanura valenciana se rompe ocasionalmente con la aparición de pequeños promontorios como los de El Puig de Santa María o la Muntanyeta dels Sants, el Jardín también rompe su monotonía con una discreta elevación, la Montañeta. Aquí, en un reducido espacio, se muestran los ecosistemas valencianos más significativos, desde los arenales litorales a la alta montaña maestracense, y desde los matorrales secos del sur a los carrascales del norte.

El origen de esta elevación hay que buscarlo en el año 1958, cuando los últimos restos de barro y escombros que cubrieron el Jardín durante la riada de 1957 fueron amontonados allí. Durante mucho tiempo fue inaccesible al público hasta que durante la restauración del año 1990 se construyó la rocalla actual y se trazó el riachuelo que la recorre.

En su reducida superficie se han desarrollado varias unidades temáticas que representan la diversidad de la flora y el paisaje valencianos. Hay un arenal al lado de la Caseta del Romero donde viven las plantas más significativas de las dunas de El Saler, como el cardo marino (Eryngium maritimum), la campanilla de mar (Calystegia soldanella), la azucena de mar (Pancratium maritimum), la algodonosa (Otanthus maritimus), etc. Todas ellas son capaces de soportar las adversas condiciones de vida marcadas por la movilidad de la arena, la salinidad del suelo y la acción abrasiva del viento marino cargado de sal.

Recorriendo toda la montañeta hay un riachuelo que nace en lo alto de la rocalla y se precipita por una suave cascada hacia un estanque, por un lado, para convertirse por el otro en una rambla seca. En este ambiente acuático y de ribera encontramos plantas muy conocidas en nuestro territorio como los juncos (Juncus), los lirios bastardos (Iris pseudoacorus), las eneas (Typha angustifolia) o las cañas (Arundo donax). Y otras exóticas, pero también de gran curiosidad, como los papiros (Cyperus papyrus), el cipres calvo de los pantanos (Taxodium distichum), los paraguas (Cyperus alternifolius).

Otras zonas se destinan a las etapas dinámicas de la vegetación mediterránea más representativas de nuestro territorio. El bosque mediterráneo está representado, al oeste, por un bosquecillo dominado por las carrascas (Quercus rotundifolia), a las que acompañan las características plantas del sotobosque umbroso como los durillos (Viburnum tinus), violetas (Viola odorata) o ruscos (Ruscus aculeatus), del que también forman parte las lianas que encaramadas sobre los árboles lo hacen impenetrable, como las zarzaparrillas (Smilax aspera) y madreselvas (Lonicera implexa).

Al norte está representada la maquia, formando un coscojar en el que lógicamente domina la coscoja (Quercus coccifera) a la que acompañan aladiernos (Rhamnus alaternus), palmitos (Chamaerops humilis) y lentiscos (Pistacia lentiscus). Y, en el centro, sobre rocas calizas y en el lugar más soleado de la Montañeta, el matorral seco del sur, con romeros (Rosmarinus officinalis), tomillos (Thymus vulgaris), espliegos (Lavandula latifolia) y jaras blancas (Cistus albidus) y algunos endemismos iberolevantinos singulares como Centaurea saxicola, Micromeria fruticosa o Thymus mastichina.

Finalmente, en las grietas de la rocalla, entre los grandes bloques de caliza o rodeno, se encuentran las plantas rupícolas, las que se han especializado para vivir en este hábitat tan singular. Entre ellas están algunos de los endemismos valencianos más importantes, como Silene hifacensis, Carduncellus dianius y Convolvulus valentinus, propias de los acantilados litorales del Cap de Sant Antoni o el Montgó, y Antirrhinum pertegasii, característico de los paredones verticales de la Tinença de Benifassà.

Tomado de la página web del Jardín Botánico