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Las palmeras forman una gran familia de plantas con más de 3.000
especies, ordenadas en unos 150 géneros. La mayoría son
naturales de los territorios tropicales y subtropicales del
mundo, donde pueden vivir en cualquier ambiente, desde los
bosques pluviales hiperhúmedos a los desiertos, y desde los
manglares encharcados a los matorrales de alta montaña, aunque
la mayor diversidad se concentra en las zonas tropicales húmedas
de Asia y América.
La mayoría son árboles de tronco esbelto, cilíndrico y sencillo,
raramente ramificado, coronado por una roseta de grandes hojas
palmeadas o pinnadas, de ordinario, largamente pecioladas. Las
flores, generalmente unisexuales y muy pequeñas, se ordenan en
una gran inflorescencia lateral, muy ramificada y rodeada de una
gruesa espata más o menos leñosa. Los frutos son drupas
(dátiles) o bayas (cocos).
En las tierras templadas de Europa se cultivan muchas especies,
pero sólo tres son naturales. Una, el palmito (Chamaerops
humilis), es característica del Mediterráneo occidental,
vive en el sur de Francia y, por el litoral mediterráneo de la
Península Ibérica, alcanza el norte de África; otra, la palmera
de Teofrasto (Phoenix theophrastii), es propia del
Mediterráneo oriental (Creta y Grecia) y está emparentada con la
palmera datilera (Phoenix dactylifera); y la tercera, la
palmera canaria (Phoenix canariensis), es endémica de las
Islas Canarias.
La palmera datilera ha sido cultivada desde antiguo en la zonas
cálidas del sur de la región mediterránea. De ella se aprovechan
los dátiles, que forman parte de la dieta del hombre y de sus
animales domésticos, las palmas, que sirven de techo en las
casas, de lecho en los establos y con las que se fabrican
distintos utensilios domésticos, y el tronco, útil para
construir cabañas y para alimentar el fuego del hogar.
Pero otras muchas palmeras nos proporcionan productos que
podemos encontrar a nuestro alrededor. Los cocos, que podemos
adquirir en cualquier mercado, proceden del cocotero (Cocos
nucifera), el aceite de palma, con el que se elaboran muchos
productos de bollería, se extrae de las semillas de la palma del
aceite (Elaeis guineensis), la rafia es una fibra textil
que se obtiene de las hojas de palmera de la rafia (Raphia
farinifera), la miel de palma es una sustancia azucarada
obtenida a partir de la savia de la palmera canaria. Otros
productos como vino, almidón, cera, marfil vegetal o especias
también son beneficiados de algunas palmeras. Por último, hay
que destacar su uso ornamental, las kentias (Howea
forsteriana), arecas (Areca catechu o Dypsis
lutescens), datileras, canarias, palmitos y palmitos
elevados (Trachycarpus fortunei) son palmeras cada vez
más frecuentes en nuestros jardines o en el interior de nuestras
casas.
En el Jardín Botánico existe una magnífica colección de palmeras
al aire libre iniciada a mediados del siglo XIX que, sin duda,
es una de las mejores y más interesantes de Europa. Está
dispersa por todo el Jardín por lo que es necesario pasearlo
tranquilamente para poderla apreciar en toda su extensión. Los
ejemplares más antiguos se encuentran en el cuadro 2 de la
Escuela Botánica, a lo largo de los dos ejes principales del
Jardín y alrededor de la balsa. Muchos tienen un tamaño
considerable y son llamativos los gruesos troncos lisos como
columnas del mármol de Sabal domingensis, de la isla de
Santo Domingo, los numerosos tallos delgados de Phoenix
reclinata, del Senegal, las raíces sobresalientes de la
palmera datilera, de África, los dátiles rojos de Phoenix
sylvestris, de la India, la densidad de las hojas de la
palmera canaria, de las Islas Canarias, los dátiles comestibles
de Brahea edulis, de California, las palmas azules y la
impresionante floración de Brahea armata, de Méjico, la
altura y delgadez del tronco de Washingtonia robusta,
también de Méjico, las hojas brillantes y con forma de abanico
de Livistona chinensis y L. australis, de
Australia, o los delgados troncos cubiertos de fibras del
palmito elevado, del Himalaya. Aunque, sin duda, el ejemplar más
característico es la carcasa, una palmera datilera macho con más
de 35 brazos y que recibe este nombre porque la disposición de
sus tallos y palmas recuerda la explosión de una carcasa de
fuegos artificiales.
Pero la colección no se acaba en los grandes ejemplares casi dos
veces centenarios. Valencia tiene un clima suave ideal para el
cultivo de palmeras subtropicales y por ello desde 1990 se ha
hecho un esfuerzo especial por ensayar nuevas especies en el
Jardín. En estos momentos se cultivan más de 150 especies
diferentes, algunas de gran rareza como Brahea dulcis,
Acrocomia totai, Copernicia alba, Roystonea regia, Acoelorraphe
wrightii o Trithrinax campestris, de Sudamérica, Ravenea
rivularis o Dypsis lutescens, de Madagascar, Arenga engleri,
Rhapis multifida o Rh. excelsa, de China y Japón,
Howea forsteriana, Howea belmoreana, Archontophoenix alexandrae
y A. cunninghamiana, de Australia.
El invernadero de la balsa, vacío hasta la restauración de 1990,
se acondicionó para dar abrigo a las palmeras sensibles al frío.
En él sigue la colección y pueden encontrarse especies
procedentes de todas las áreas tropicales del mundo. Frente a la
puerta de entrada, en el centro del invernadero, hay una
Licuala grandis, una Hyophorbe lagenicaulis y una
H. verschaffeltii, en el lado izquierdo hay algunos
ejemplares de Areca catechu, Elaeis guineensis, Veitchia
merrillii, Caryota mitis, Cocos nucifera y
Livistona saribus, y en el derecho pueden verse Latania
lontaroides, Bismarckia nobilis, Ravenea rivularis, Dypsis
lutescens, Thrinax floridana y Thrinax crinita, entre
otras.
Tomado de la
página web del Jardín Botánico |
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